Demasiado o no lo suficiente

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“La distancia entre una persona y otra, realmente, es una historia.”
— - Karen Figueroa, The Mestizo Podcast, Ep. 2

No recuerdo exactamente lo que fue, pero lo que sea que dije impresionó mucho a este hombre. Me volvió a preguntar —¿Dónde aprendiste eso?

—No sé, —le respondí—. Es algo que siempre decimos allá en casa.

—No había escuchado eso desde que mi abuela falleció hace años, —dijo él, hablando más con sí mismo que conmigo. Fue como si él estuviera reviviendo un recuerdo; algo que lo transportó a algún otro lugar, y a mí también.

Este hombre era un anciano de la iglesia a la que recién me había unido en Chicago, un puertorriqueño que había vivido casi toda su vida en esta ciudad. Yo acababa de llegar a Chicago, había regresado al Noroeste de USA después de vivir en Florida central por una década. Esa frase que le dije lo llevó directo de la ciudad a la Isla, pero las palabras no tuvieron suficiente fuerza como para hacer el viaje juntos; yo casi iba con él, pero no logré aterrizar en la Isla. Llegué cerca, pero no lo suficiente.

La ironía de esta interacción es que de alguna manera logró que este anciano se encariñara conmigo. Esa frase logró que me convirtiera en uno de los suyos, alguien que entendía la lengua antigua. Se convirtió en tradición que él me invitara a su casa los domingos a comer la comida que su esposa cocinaba a lo antiguo. Arroz con gandules, carne guisada con arroz y habichuelas, esos platillos que estaba acostumbrado a comer en mi casa desde niño. A lo que no estaba acostumbrado era a lo impresionado que estaba este anciano conmigo. Aparentemente, él estaba muy sorprendido de conocer a un joven que aún comiera estos platos que para mí eran cotidianos. Yo no estaba para nada acostumbrado a que me trataran como a un puertorriqueño “auténtico”, sin embargo, ahí estaba yo cada domingo, siendo celebrado por este hombre y su esposa, por algo tan simple como disfrutar unos tostones.

En Chicago, con este anciano, yo me sentía celebrado por ser “más auténtico” que la mayoría de los otros puertorriqueños de mi generación. Para mi vergüenza, debo admitir que yo me deleitaba muchísimo en su admiración. En Florida se estima que el 34% de la población en el condado de Osceola se identifica como puertorriqueña y una gran parte de estos residentes son personas recién llegadas de la Isla. Para ese contexto, yo no era suficientemente “auténtico”, mi español, en comparación, sonaba “aprendido”, mi gusto por la comida puertorriqueña tradicional era refinado, pero a mi ritmo, mi flow, le faltaba algo, no era del todo natural. Pero en Chicago, me convertí en lo que los boricuas de Florida eran para mí, “auténticos”, o al menos ante los ojos de este anciano, yo me acercaba lo suficiente a esa autenticidad.

DISTANCIA Y DINÁMICA

El Podcast Mestizo es un proyecto que comencé a pesar del riesgo emocional que suponía. Me ponía muy nervioso publicar contenido desde una perspectiva exclusivamente latina y me preocupaba como lo recibiría la audiencia. Me preocupaba que mis colegas blancos del círculo académico evangélico se fueran a cerrar al tema por causa del contenido, pero aún más me angustiaba como mis colegas latinos lo percibirían. ¿Sería posible que lo recibieran como una respuesta a sus oraciones? Esa era mi esperanza, ya que yo mismo oraba continuamente por un espacio que me permitiera canalizar conversaciones sobre identidades mixtas. Sin embargo, mi experiencia me ha enseñado que quienes comienzan estas conversaciones terminan siendo evaluados, comparados con las percepciones de cada receptor. Algunos considerarán que soy muy hispano para ser relevante, mientras que otros considerarán que no soy lo suficientemente hispano. Algunos pensarán que soy muy blanco, muy “americano”, de afuera, seré exiliado por unos y rechazado por los otros.

En el segundo episodio del podcast Karen Figueroa dijo “la distancia entre una persona y otra realmente es una historia”. Unas semanas después meditaba preguntándome ¿cuánta distancia puede abarcar una historia? ¿Puede en verdad una historia conectar a dos generaciones de puertorriqueños? ¿Puede una historia ser el puente entre Florida y Puerto Rico? En mi experiencia, tu proximidad con la Isla es lo que definía que tan puertorriqueño es una persona; ¿Qué tan seguido visitabas la Isla de niño? ¿Viviste allí en algún momento? ¿Naciste allá? ¿Hablas español? Y si lo hablas, ¿qué tal es tu acento? Estas preguntas representaban la hermenéutica con la que se decidía la puertorriqueñidad de alguien, pero Karen me hizo preguntarme, ¿será posible que una historia relativice a la Isla? ¿puede una narrativa ganarle a la tierra de la misma manera que, en el juego, el papel cubre a la piedra?

Una conversación que tuve con una amiga me hizo reflexionar aún más sobre estas preguntas. Después de bromear diciendo que la frase “sin pelos en la lengua” no tenía ningún sentido para mí, mi amiga y yo estuvimos debatiendo la imagen y el origen de esa frase. Ella me recordaba que ese tipo de expresiones se crean en los barrios de la isla por gente con mucha oralidad. Ella finalizó la conversación diciendo que no se suponen que esos dichos sean convenientes para los gringos, o para una generación que no está conectada a ese contexto. Debo admitir que, para ella, una puertorriqueña nacida en la Isla, la broma puede haber sido un poco ofensiva; pero nuestra conversación me hizo sentir percibido como un extraño, alguien de afuera, que se estaba burlando de algo que no podía comprender. Me sentí percibido como alguien que no tiene la conexión necesaria para entender. Puede que ese haya sido el caso, como también puede que sea otra cosa. ¿En que se basa mi conexión? ¿En mi distancia física con respecto a la Isla o es posible que sea algo más lo que me conecta?

CULTURAS ORALES Y EXILIADOS

En su libro ganador del premio Nobel, titulado “El Hablador”, Mario Vargas Llosa, nos cuenta la historia de un joven llamado Saul, que abandona la sociedad peruana para convertirse en un “hablador” de la tribu Machiguenga. Los Machiguenga, en vez de vivir todos juntos como una comunidad unificada, viven en campamentos familiares regados por toda la amazonia peruana. Esta forma inusual de vida dispersa, los Machiguenga afirman que toda selva es de ellos, cada familia se apropia de una parte diferente de la selva y se van moviendo y cambiando de lugar de acuerdo con sus necesidades alimenticias. Solo una persona podía viajar de familia en familia manteniéndolos unidos, “el hablador”.

Para los Machiguenga, este narrador ambulante es sagrado, definitivamente una figura de importancia religiosa. El trabajo del hablador es bastante simple: hablar. “sus bocas eran los vínculos aglutinantes de esa sociedad a la que la lucha por la supervivencia había obligado a resquebrajarse y desperdigarse a los cuatro vientos. Gracias a los habladores, los padres sabían de los hijos, los hermanos de las hermanas, y gracias a ellos se enteraban de las muertes, nacimientos y demás sucesos de la tribu.” El hablador no solo traía las noticias recientes, también contaba las historias del pasado. Él cargaba la memoria de la comunidad, cumpliendo la función similar a la de los trovadores en la edad media. El hablador viajaba distancias larguísimas para recordarle a cada miembro de la tribu que, a pesar de estar separados por millas, igual todos son parte de una comunidad, de tradiciones, creencias, ancestros, tragedias y alegrías compartidas. Los habladores, según escribe Vargas Llosa, eran la sangre vital que circulaba a través de la sociedad de los Machiguenga, llenándolos de una vida interdependiente e interconectada.

El hablador Machiguenga es “una prueba palpable de que contar historias puede ser algo más que una mera diversión. Algo primordial, algo de lo que depende la existencia misma de un pueblo”

El libro de Vargas Llosa resalta la importancia de las historias para las personas exiliadas de una población. Lo que hace que los Machiguenga sean uno no es su cercanía con respecto a un centro o lugar de origen. No hay un peregrinaje obligatorio para que los Machiguenga afirmen su identidad. Las historias y su inmersión continua en ellas es lo que hace que cada miembro, incluso aquellos que nacieron fuera de los límites de la selva, se sienta parte de la misma tribu. Para personas como yo esto tiene sentido y me ayuda a explicar mi identidad. Sí, como mi amiga correctamente señaló, las frases puertorriqueñas se originan de una cultura oral, pero muchos de los puertorriqueños nacidos en USA entendemos esto mucho más de lo que otros creen. Nosotros sabemos que nuestra identidad boricua está arraigada en esta tradición oral, no somos puertorriqueños solo por haber nacido o no en la Isla. Nuestra identidad se basa en algo más complejo, se basa en nuestra conexión viva con esta tradición oral, las historias, bombas, dichos, bailes, poesías e incluso frases como la que usé para bromear al principio. Como el pueblo de Israel en el antiguo testamento, somos un pueblo porque compartimos una historia.

RESPONSABILIDAD GENERACIONAL

Muchos de mis amigos en Chicago que se identifican como puertorriqueños no hablan español, y por mucho tiempo yo me daba aires de superioridad porque yo si lo hablo. Esto es muy común entre latinos de segunda o tercera generación, juzgan y son juzgados. Aquellos que se consideran en un mayor nivel de puertorriqueñidad, por lo general, asumen el papel de vigilantes, de guardas negándole el derecho de reclamar ciertas partes de la identidad puertorriqueña a aquellos que según ellos caen en un nivel más bajo de autenticidad. Hay muchas historias sobre el dolor causado por este tipo de conflictos dentro de la misma comunidad. Aquí mencionaré solo dos ejemplos de cómo se sienten los latinos que no hablan español:

“Quisiera reconocer a mi gente latina que está luchando cada día por aprender español, mientras que una comunidad entera les critica el acento y les dice que no son lo “suficientemente latinos”. SI. ERES. SUFICIENTE. ¡Sigan luchando! Yo también estoy aprendiendo, pero para mi propia satisfacción, no para ganarme la aceptación de nadie. ¡Soy latina! Punto.”
— Tweet de Jessica Marie García @JessMarieGarcia:
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“Mi vida entera he tenido que luchar con mi identidad. Recuerdo la primera vez que alguien me hizo sentir vergüenza por hablar español, y la primera vez que un familiar me dijo que yo era demasiado “gringa”. Ser considerada demasiado morena o demasiado blanca. Tener que ser una persona en mi casa y otra persona para el mundo exterior. Recuerdo la primera vez que leí las palabras de Gloria Anzaldúa “ni de aquí, ni de allá” y me sentí comprendida, pero aún no del todo. Pero hoy logré un sentimiento de pertenencia, todo por un tweet de @lachicamayra, basado en otro tweet de @YadiraSanchezPL. Me sentí conectada a la hermandad ¡Gracias! Me alegra estar en un punto en mi vida en el que me siento orgullosa de mi complejidad, mi cultura, y de ocupar el lugar que me corresponde en la diáspora latina. No me malentiendan, aún estoy en este proceso, pero ya no me vale la pena dejar que la duda me consuma. Porque soy poderosa y mi gente me necesita en la lucha”.
— Tweet de Chris Melody Fields @Fieldsy

Estos dos tweets reflejan la pelea interna entre gente latina basada en juicios sobre lo que significa ser latino. Existe una multitud de razones por las que este tipo de conflictos continúan, y algunas razones son legítimas y valen la pena discutirlas; el colorismo en nuestra comunidad es uno de los principales temas que deberíamos disputar. Sin embargo, también existen muchísimas razones por las cuales la habilidad lingüística no debería ser usada en contra de los hijos de la diáspora. Como lo dijo Gina Rodríguez, la actriz principal de Jane the Virgen, muchos padres se negaron a enseñarle español a sus hijos, con la esperanza de que perdieran el acento y pudieran obtener mejores oportunidades en el “mundo blanco”. Aprender español no era una opción, era algo que muchos padres desaprobaban.

Me compadezco de esos padres que tuvieron que tomar esa difícil decisión con la esperanza de brindarle a sus hijos una mejor vida. Ellos no tenían la capacidad de predecir que la comunidad hispana iba a florecer y ganar tanta influencia como la tiene hoy en día. Por supuesto, esta es una de las muchas posibles causas de la pérdida del lenguaje y la cultura. No intento acusar a los padres o culparlos por esta pérdida, ya que, en gran parte, la comunidad tiene un gran efecto en la habilidad de cada individuo para acceder a sus recursos culturales. Si la generación de inmigrantes cometió el error de no heredarle el idioma a sus hijos, la comunidad todavía tendría suficiente tiempo y recursos como para restaurar esta pérdida. Una vez más, podemos aprender una valiosa lección de los Machiguenga: la cultura sobrevive gracias al trabajo de los habladores y no de los guardias de la identidad. De ahora en adelante, necesitamos una nueva estrategia de restauración y preservación de la riqueza de la comunidad latina, una estrategia que remueva la crítica y que incluya la diversidad de los hijos de la diáspora. Necesitamos más habladores y menos guardas.

GALATAS Y LOS PRIMEROS GUARDAS

Como lo mencioné antes, los guardas son aquellos que “se dan a la tarea de decidir quienes tienen o no acceso o derecho a pertenecer a una comunidad o identidad”. Puede que los guardas hagan esto intencionalmente o por instinto (como un impulso que su propia cultura les enseña). Yo mismo actué como guarda en mi arrogancia por hablar español. Así sea con la intención de mantener la cultura “pura” o el instinto de establecer un estándar, los guardas “devalúan la opinión de otros sobre alguna cosa alegando que no tienen derecho a opinar porque no califican, o no pertenecen a cierto grupo”.

Uno de los primeros ejemplos de estos guardas culturales se encuentra en la Biblia en la carta a los Gálatas. El conflicto que inspiró a Pablo al escribir esta carta fue la llegada de creyentes judíos a la región de Galacia; estos recién llegados afirmaban que los cristianos no judíos debían adoptar las prácticas judías para poder pertenecer realmente al pueblo de Dios. Pablo escribió con pasión, recordándole a la iglesia su pasado, como seguidor ferviente de la tradición judía. Pablo escribe: “y en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres” (Gal. 1:14, RVR60). Tal como la evaluación generacional que ocurre en la población latina de hoy, Pablo se consideraba de muy alto nivel en su evaluación como el más judío entre los judíos, pero aun así él relativizaba la ley judía recordándole a la iglesia que el elemento esencial que los identifica como cristianos es el evangelio.

Pablo es un “hablador.” Él conoce todas las historias y se concentra en la que conecta a estos dos grupos y los unifica. Pablo reconoce la sabiduría de la Ley, pero enfatiza el hecho de que la Ley no es suficiente; solo poner nuestra fe en Jesucristo puede hacernos hijos e hijas de Dios. “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3:28, RVR60). Las buenas noticias de la muerte y resurrección de Jesús dan origen a una iglesia mestiza. También establece una nueva forma de relacionarse entre mestizos “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros (Gal. 5:25-26, RVR60).”

El evangelio es una historia única ya que tiene el poder de formar a una comunidad con grupos de personas totalmente diferentes, prácticamente enemigos. El argumento de Pablo también es beneficioso para personas del mismo grupo. Los puertorriqueños de la diáspora entienden la importancia de contar historias, puede que no entendamos cada una de las tradiciones o puede que no practiquemos cada una de las costumbres, los “habladores” como Pablo nos ayudan a mantenernos en contacto con esas tradiciones. Los “habladores” también nos ayudan a desarrollar la historia de la comunidad, añadiéndole la experiencia de la diáspora. Entre los latinos jóvenes nacidos en USA hay algunos que se han dedicado a conservar nuestra historia, investigando nuestros bailes, y escribiendo poesía nueva. Ellos representan un conjunto de nuevos “habladores”, narradores que le dan nueva vida a las generaciones anteriores, demostrando que nuestra cultura no está muriendo. La cercanía entre la cultura y la diáspora es real, y no por una proximidad física en relación con la Isla, sino por la práctica de sus historias.

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EMANUEL PADILLA

Emanuel Padilla es el presidente de World Outspoken, un ministerio dedicado a preparar a la iglesia mestiza para enfrentar cambios culturales a través de entrenamiento, contenido, y el desarrollo de conexiones. Emanuel también enseñó Biblia y Teología en el Instituto Bíblico Moody y es una persona comprometida a la extracción de la sabiduría de la iglesia latina para en beneficio y bendición del todo el cuerpo eclesiástico en general. A su vez, Emanuel aconseja a las iglesias en aspectos relacionados con diversidad, cultura organizacional, e interacción de la comunidad.